Los lugares de Coropo

domingo, 17 de diciembre de 2006

Un suceso con vista al mar

Siempre me gustó el viaje a La Guaira. Me gusta el mar, más bien, mirar el mar. Hasta ahora me resultaba una sorpresa la imagen al salir del último túnel de la autopista. Todo cambia de golpe, se atraviesa la humedad, la brisa se despide de Caracas y el sol que encandila, deja ver a ratos el horizonte azul. En apenas unos segundos se siente de cerca el mar, parece que hasta se puede oler, y el paisaje de montaña quedó un kilómetro atrás. Era ese unos de mis sitios y momentos preferidos hasta ayer. Me accidenté exactamente a la salida del túnel Boqueron 2. Tuve que orillar la camioneta justo en ese lugar en que por primera vez se puede ver la costa. Estuve una hora y media allí sola y nunca jamás se me ocurrió ver el mar, desapareció. En principio porque el humo del motor no dejaba ver alrededor. Sólo los camiones y carros que bajan a toda velocidad disipaban con su estruendo el aire quemado que salía del motor, pero agitaban la camioneta detenida de tal forma, que parecía que con cada uno recibía un golpe o un alerta. El ruido que no soportaba era el de las motos, las miles que intenté contar, sólo por el temor que provocan cuando estas sola en la vía, exactamente sóla, porque tampoco el celular tenía batería. Me aterraban, quizás porque es el contacto más cercano que tienes con otra persona, ves al motorizado de cuerpo entero, sería esa la diferencia. Yo simplemente intenté que él, que ellos, en cambio no me vieran, que nadie me viera. Quería ser invisible. El grado máximo de desconfianza en el otro llegó ayer a convertirse en mi peor pesadilla. En la mitad de las motos viajaban guardias nacionales, policías enchaquetados, o cualquier forma extraña de autoridad. Menos quería que supieran que estaba allí. El miedo era todavía mayor. Sólo se diluía al fijar la vista al espejo retrovisor, rogando que este no se detuviera y celebrando cada vez que se alejaban a toda prisa. Nadie se detuvo. Sólo el gruero pirata que tiene un ojo para los negocios fáciles. Nunca pensó que este sería tan bueno. Una mujer sola acepta la cifra que sea para salir de allí. Él por si acaso no dejó pasar el cuento. Anoche -empezó a contar sin nadie pedírselo- cuando a una conductora le arrogaron una piedra al vidrio frontal del carro y se detuvo, la asaltaron. “Yo la encontré desnuda y sí lloraba esa niña, esíta”, comentó con saña. Dos horas después abandoné el lugar, regresé a Caracas. Y nunca vi el mar, mis sentidos parece que se desconectaron en la espera, porque el miedo nubla y acaba con las vistas.

2 comentarios:

Periodismo económico dijo...

De verdad que no se que hubiese hecho en tu lugar, es espantoso, no manejo pero estar solo abandonado practicamente en una carretera es un cuento de terror, afortunadamente Dios te hizo invisible y nada sucedió.

Guachafitera dijo...

Con que andamos de bloggera por la vida...interesante.

Ya te pasarè a visitar màs a menudo.

Un besito