Los lugares de Coropo

miércoles, 13 de diciembre de 2006

Lisboa

Una osa custodia el cabo da Roca

La furia de los dioses dejó
su huella en Cabo da Roca


En Portugal, a 40 kilómetros de Lisboa, es posible repasar los pasos de los descubridores en este acantilado de 140 metros: el extremo más occidental de la Europa continental. El lugar más cercano a América

Al borde de un acantilado de 140 metros que separa la tierra de Portugal del inmenso océano Atlántico es posible creer en el poder de los dioses. Al asomarse a este balcón natural que es el Cabo da Roca (cabo de piedra) sólo se divisa, cerca de la costa, una enorme piedra (también conocida como la piedra de la osa). El resto es sólo mar. Cuenta la leyenda que los dioses dieron a Ursa la orden de emigrar con sus crías hacia el Norte. Entonces, eran los tiempos de la última glaciación. Pero la osa Ursa no quiso proteger a sus hijos del hielo que comenzaba a derretirse en esta Sierra de Sintra, al este de Portugal. Y esta negativa desencadenó el enfado de los dioses. Para que escarmentara, la convirtieron en esa enorme roca que vive para siempre en medio del mar a la vista de los viajeros que se acercan a ese abismo por unos minutos, los que resista el cuerpo ante el viento que sopla con mucha fuerza durante todo el año y congela hasta la mirada. Alrededor de la desobediente Ursa sólo hay otras piedras más pequeñas. La leyenda dice que son sus hijas, ahora su eterna descendencia. Cualquiera puede quedarse mudo con esa imagen y la historia que rodea a este lugar, el punto más occidental de la península ibérica. Al Cabo da Roca le llaman la nariz de Europa. En esta medición no entran las islas de Irlanda e Islandia. Pero al llegar aquí poco importan las coordenadas geográficas, lo único que provoca es permanecer de pie en este inmenso mirador solitario. El pensamiento siguiente puede ser aún más insólito. Cómo iban a imaginar los romanos, los moros o los portugueses que después de este inmenso mar que rodea este precipicio era posible encontrar otras tierras. Al caminar a lo largo de su borde es lógico concluir lo mismo, que esto es el fin, que en esa línea del horizonte se muere el sol, nadie se atrevía a asegurar que al otro lado de este océano que no cabe en foto alguna se extiende América. El viento puede ser lo único que perturbe esta reflexión, cuando a ratos sopla con más fuerza y amenaza con llevarse el abrigo o la gorra de cualquiera. Los vendedores de postales aseguran que ni en verano las cosas en Cabo da Roca cambian, así que su negocio de ofrecer descanso y abrigo a los turistas no pudo ser mejor. En el único restaurante del lugar, frente al solitario faro, los turistas cansados de soportar el frío, pueden apreciar con más calma este paraje natural, donde la flora sólo existe al ras de las montañas. Algunas guías de viaje aseguran que en otra casa cercana es posible adquirir un certificado oficial que dé fe de haber llegado al punto más occidental de la Europa continental, pero después de aguantar una hora en este abismo sólo provoca acompañar un café con leche con un típico travesseiro de Sintra, un pastel de hojaldre relleno de un dulce muy especial que a un venezolano común le recuerda el sabor del cabello de ángel. El apellido de este postre se debe a la ciudad más cercana a Cabo da Roca. Sintra está a tan sólo 18 kilómetros de esta punta y suele llenarse de turistas que deciden conocer los alrededores de Lisboa, la capital de Portugal, en un solo día. Encanto de reyes Lo ideal es empezar el recorrido por esta pequeña ciudad oculta entre las sierras que muchos prefieren, porque suele ser más fresca que Lisboa y a la que se puede llegar por tren o carro en menos de una hora. La mayoría asegura que Sintra tiene un encanto especial, el mismo que adivinaron los reyes portugueses cuando instalaron allí sus refugios de verano, unos lujosos y coloridos palacios que hoy pueden visitarse para imaginar lo concurrida que podían ser las fiestas de la monarquía. Primero que los reyes católicos, a estas colinas llegaron los moros. Los restos de un castillo que está en lo más alto de Sintra deja señas de las hazañas de estos conquistadores árabes en el siglo VIII. Después de subir sus enormes escalinatas de piedra que están en el contorno de la montaña y llegar a la milenaria torre desde donde vigilaban los moros una supuesta invasión que nunca ocurrió, la sensación se repite. En esta cumbre, el visitante vuelve a encontrarse con el cielo, a perder su mirada en el horizonte y a comprender porqué los hombres siempre intentarán conquistarlo todo, recorrer hasta la más lejana de las tierras y únicamente detenerse cuando sientan que ahora sí están en el fin del mundo.
¿Cómo llegar al acantilado?
Un monolito que se erige en este mirador ubicado al este de Portugal es la señal que indica exactamente donde está ubicado el Cabo da Roca, el lugar más occidental de la península ibérica, el punto más cercano al continente americano en la Europa continental. En la piedra se observan las coordenadas geográficas del lugar -que pueden archivarse en un GPS-: 38°, 47' latitud norte; 9° 30' longitud este. El cabo está a 18 kilómetros de Sintra y 40 kilómetros de Lisboa. Para llegar allí hay que tomar una estrecha carretera que recorre la sierra de Sintra y termina en el mar. De regreso a Lisboa, es preferible usar una vía que bordea toda la costa y está repleta de playas y ciudades balneario, las preferidas de los ingleses y europeos del norte, así como de los surfistas en búsqueda de aventuras.

A las orillas de Lisboa
Hay diferentes formas de conocer Lisboa y sus alrededores. La propuesta es descubrirla con un largo paseo por la costa. El punto de partida es la estación Cais do Soudre, justo en el centro de la recta invisible que es su litoral. A los lados se extiende el inmenso puerto, ese que hace a los portugueses gente abierta a recibir todo lo raro o lo nuevo que llegue: al lisboeta le gustan los extranjeros. La novedad es que entre esos galpones se han instalado restaurantes, discotecas y cafés que le dan vida día y noche a este lugar. Una sugerencia es pasear y comer algo justo a la altura del puente colgante 25 de abril, antiguo puente Salazar, que fue rebautizado para que nadie olvide el día en que ganó la pacífica revolución de los claveles. La idea es medir la magnitud de esta obra arquitectónica que recuerda el Golden Gate de San Francisco justo a sus pies, para luego intentar tomar la foto al inmenso Cristo Rey, una versión del que caracteriza a Río de Janeiro, que está en la colina más alta de Almada, la ciudad situada al otro lado del río Tajo. Si después toma hacia la izquierda de esta costa, en tren o en auto, encontrará una ciudad totalmente distinta: es la Lisboa moderna que se instaló desde 1998 gracias a la exposición universal. El tema no podía ser otro: Los Océanos. Al mirar al frente y descubrir el momento en que el río Tajo se funde con el Atlántico se puede comprender mejor el mensaje central de este evento, la necesidad de conservar estas fuentes de vida. Lo que antes eran sus pabellones ahora son viviendas, centros comerciales y paseos marítimos que reciben a los turistas con un aire lujoso, limpio y moderno. Pero hay que volver atrás para descubrir la Lisboa caótica y descuidada, mucho más humilde con sus bares y pequeños restaurantes en los que se oye el Fado de fondo. Todos estos sitios suelen tener una pizarra o cartel en la puerta, en el que se lee: "Si hay caracoles, sardinas asadas y oporto". En esas líneas los viajeros descubren que aquí la felicidad es mucho más simple. Cuando logre escapar de las callejuelas del centro y desista de subir a los barrios más famosos y alegres de la ciudad, el paso siguiente es tomar ahora hacia la derecha del puerto. A lo largo de la avenida de Brasilia encontrará dos enormes miradores: el monumento al Descubrimiento y la Torre de Belém. Desde el primero se ve la Plaza del Imperio y el Mosteiro Dos Jerónimos (el monumento religioso más sobresaliente de la capital) y una enorme brújula dibujada en el pavimento con un mapamundi en el centro que indica las rutas de los descubridores. En ese momento voltee y mire al mar, para que sienta el deseo de seguir la corriente y continúe recorriendo la costa. A pocos kilómetros de allí, la avenida se convierte en carretera y bordea las playas de arena blanca de Estoril y Cascais. Es un lugar cosmopolita, lleno de hoteles en los que se disfrutan los veranos. Cascais es la que más llama la atención, una ciudad mediterránea de calles en las que se dibujan estampados en forma de ola elaborados con ladrillitos blancos y negros, y por las que caminan -como si modelaran- cientos de turistas. La atracción es la subasta de pescado que se realiza todas las tardes en su puerto, justo donde comienza el boulevard de la ciudad. Pero no se detenga allí. Siga tres kilómetros más para llegar a la Boca do Inferno, un acantilado lleno de grutas en las que se puede oír el rugido de las olas cuando el Atlántico golpea. Después de salpicarse un poco con las gotas de mar, vaya al encuentro de las playas de esta costa, cada vez más repletas de surfistas que buscan olas gigantes en el litoral más solitario. La última es la praia de guincho y un poco más allá está el Cabo da Roca, el final del camino.

No hay comentarios: